martes, 31 de mayo de 2016

EL VIAJE DE DANA



1er Premio Categoría B


Vuelvo a despertar de mis pensamientos. La tienda está llena y mi abuela necesita ayuda. Desde que murió mi abuelo ha tenido que encargarse ella sola de la librería. Por esa razón, decidí ayudarla y encargarme yo con ella de lo que mi abuelo llamaba la vieja fábrica de sueños.

Cuando era pequeña, no entendía por qué mi abuelo la llamaba así. Pero algo ocurrió para empezar a entenderlo…

Nunca me ha gustado escribir aunque adoro leer, pero esta vez seré yo la que cree una historia. Necesito que aquello que me ocurrió quede plasmado en tinta en un papel. Posiblemente ahora no comprendáis la importancia de esta historia, pero concededme unas páginas y sabréis por qué llegué hasta donde llegué.

Deseaba volver cada tarde a aquella maravillosa tienda de libros. Salía del colegio corriendo ansiosa por empezar una nueva historia. En aquel entonces yo tenía doce años y no tenía muchos amigos. En el colegio, desde que aprendí a leer encontré más amigos escondidos en las historias de los libros que en mi propia clase. Es por eso que cada tarde salía disparada hacía la librería de mis abuelos, para embarcarme en nuevas aventuras.

La librería era antigua, mi abuelo la heredó de su padre igual que la pasión por los libros. Tengo que decir que eso se ha transmitido generación tras generación. Nada más entrar en la tienda mi abuela me saludaba desde el mostrador. Me rodeaban miles de libros, ordenados en enormes estanterías. En cada una de ellas había una escalera, y cada vez que entraba estaba subido mi abuelo en una de ellas ordenando los libros. Más al fondo se encontraban dos grandes cortinas donde detrás había un sillón rojo de terciopelo. Me lo regalaron para poder leer cada tarde.

Escogía un libro diferente cada semana, y lo leía sin parar hasta que llegaba mi madre a la tienda. A veces me quedaba dormida leyendo y soñaba que era la hija de una noble familia y estaba enamorada de un chico de la familia rival. O que me transformaba en un bicho gigante y que mi familia me tenía miedo. Incluso que era un marinero a bordo de un ballenero que salía a la caza de la ballena más grande jamás vista.

Algunas veces cuando me quedaba dormida no distinguía la realidad de los sueños. Especialmente recuerdo una vez cuando leyendo un libro de un caballero un tanto loco, con su escudero que parecía no estar de acuerdo con las acciones de su caballero este último se dio cuenta que yo estaba en medio de su camino. El señor del bigote armado de pies a cabeza y su lanza bajo el brazo, iba directo a unos grandes molinos gritando que iba a vencer a esos gigantes. Su compañero se paró a medio camino y me pidió ayuda.

-¡Eh tú, quienquiera que seas, ayudadme a calmar a mi amigo!

-¿Me dices a mí? –le contesté. Sorprendida porque normalmente en mis sueños siempre solía ser una mera espectadora y no tenía control de las acciones que sucedían. Pero esta vez era diferente. Sentía que yo era parte de la historia.

-¿A quién si no? Estamos solos en medio del campo, y mi compañero se va directo contra esos molinos que cree que son gigantes. –Me gritaba mientras corría detrás del caballero- ¡Ayúdame, no te quede ahí parada!

-¡No huyáis, cobardes y viles criaturas; que solo un caballero es el que os acomete!

Sin darme tiempo a reaccionar y a pensar en todo lo que estaba sucediendo, vi como el caballero se estrellaba contra las aspas del molino y caían él y su caballo al suelo. Fuimos aquel regordete y yo corriendo hacia los molinos. Allí se encontraba el caballero maldiciendo a los gigantes y su caballo dando coces descontroladas. Le ayudamos a levantarse y él calmó a su caballo. Su escudero me miró y me dijo:

-Perdona por esta escena, a veces no sabe diferenciar la realidad de lo imaginario. Yo me llamo Sancho y mi compañero se llama Don Quijote. ¿Qué os trae por aquí joven dama?

¿Yo estaba allí de verdad? Si era un sueño me parecía demasiado real y si era realidad no tenía ninguna explicación de cómo había llegado hasta allí.

-¡Te digo que lo que yo había visto eran gigantes y no molinos! ¿Por qué no me crees Sancho?

-¡Yo ya no sé qué creer! –Exclamó Sancho desesperado- Me paso el día discutiendo con vos sobre qué es lo que veis y lo que no veis. Estoy harto de vuestras locuras. Bella dama vos que parecéis una persona cuerda, ¿podrías ayudar a este caballero a recuperar la cordura que tanto le hace falta?

-No soy la más indicada para decir qué es real y qué no. No sé si lo que estoy viviendo es soñado o es real. Vivo en un mundo muy diferente a este, estaba leyendo en la librería de mi abuelo y de repente me he encontrado aquí en medio del campo.

-Si lo que decís es verdad entonces debéis trataros de una bruja. De esas que a las que se enfrentó el gran rey Arturo.
-Soy una persona normal, solo que no sé dónde estoy.
-¿Qué caballero sería yo si no ayudara a una dama en apuros? No sé de donde venís o a dónde vais pero tened por seguro que encontraré para vos una solución a vuestro problema.

No tenía a nadie más en este mundo y aunque me pareció que Don Quijote no estaba muy en sus cabales decidí seguirlo porque no tenía otra opción. Al cabo de media hora cabalgando, tuve curiosidad por saber a dónde nos dirigíamos.

-Señor, ¿dónde vamos exactamente? –le pregunté.

-Nos dirigimos a la Venta bella dama, pronto habremos llegado. Hoy en la Venta se encuentra el maese Pedro, un famoso titiritero, que anda representando con sus títeres una de las mejores historias que se han visto en este reino. Esta noche la Venta estará llena de gente, será el mejor sitio donde podamos sacar información sobre tu mundo.

No estaba segura de a dónde nos dirigíamos, tal vez allí se encontrara la solución a mi problema, o tal vez era una locura más de este caballero. Pero no se me ocurría otra solución mejor. Así que sin decir nada, seguí a don Quijote y Sancho. Avanzamos hasta la Venta y entramos en ella.

Una vez dentro, había gente riendo, gritando y entonces se oyó la voz de un hombre:

-¡Señoras y Señores! Hoy les traigo aquí, la historia de don Gaiferos, que quería liberar a su mujer de las manos de los moros españoles. Lo haré representar con mis títeres y espero que esté a vuestro gusto.

El maese Pedro empezó su obra con sus muñecos y relató la primera escena. En la primera escena se veía a don Gaiferos como se llevaba a su mujer de las tierras de los moros, seguido por estos para darle caza. Don Quijote al ver esa escena se imaginó como un héroe que debía rescatar a don Gaiferos de los moros. Por eso sacó su espada y despedazo a los muñecos con ella. Destrozó sus títeres y su escenario, y la gente empezó a llamarle loco. El maese Pedro se puso a llorar y a maldecir a don Quijote.

-¿Qué haré yo sin mis títeres? ¿Cómo ganaré dinero para comer? ¿Por qué has destrozado mis muñecos? Son solo un trozo de tela colgado a un trozo de madera con hilos. ¿Qué clase de caballero eres tú?

Don Quijote se dio cuenta que lo había hecho mal, pero ya era demasiado tarde:
-Pensaba que lo que estaba viendo era real y que tenía que acudir a la ayuda de los que huían. Pero ahora me doy cuenta que lo que yo veía no era real. Y vosotros me decís loco, pero ahora yo os pregunto a vosotros. ¿Quién está más loco, el que dentro de su locura sabe con certeza de sus locuras o quién dice estar cuerdo pero desconoce el motivo por el que lo está? No sufráis mi amigo títere que yo pagaré todos los destrozos que he causado.

Las palabras de don Quijote me hicieron reflexionar, no eran imaginaciones mías, no era un sueño, yo estaba segura de que estaba allí por algún motivo. Gracias a este loco pude conservar mi cordura dentro de esta aventura. Cerré los ojos pensando en cómo saldría de allí y cuando los abrí estaba dentro de una habitación de piedra y no había nadie conmigo. Ya no estaban ni don Quijote ni Sancho ni toda la gente que me rodeaba. En su lugar al lado de mi habitación había un hombre arrodillado y es cuando me di cuenta que había vuelto a viajar a otro mundo. Me acerqué hasta la reja que separaba mi habitación de la suya. Parecía triste, como no se hubiera dado cuenta de que yo estaba allí.

-¡Perdone, señor! –Le dije. El hombre se giró para ver quién estaba hablando.

-¡Oh! Hace un momento hubiera jurado que estaba solo, aquí encerrado. ¿Qué haces en este sitio niñita?

-Acabo de aparecer aquí mismo, sin saber cómo. ¿Qué hacemos aquí encerrados? –Le dije yo después de darme cuenta que me encontraba en una celda.

-No sé qué actos habrás cometido tú para estar encerrada aquí, pero yo era un monarca o eso pensaba yo y me comporté como un tirano. Me llamo Segismundo, toda mi vida he estado aquí encerrado. Fue tal mi soledad que llegué a soñar que me convertía en el rey de este palacio. Pero fue tan real lo que viví que ahora no consigo distinguir entre lo que es real y es un sueño.

No sé por qué razón, pero me sentía identificada con aquel hombre. Yo tampoco podía distinguir si todo lo que estaba viviendo era real o un sueño. Por esa razón intenté ayudarle.

-Sé muy bien a lo que te refieres. Yo vengo de otro mundo, pensaba que estaba leyendo un libro en la biblioteca de mi abuelo y de repente aparecí en otro mundo. He viajado a otra época y he ayudado a un caballero y a su escudero. Gracias a ellos, me di cuenta que no estaba volviéndome loca. Pero ahora tú me has abierto una nueva duda. Ya no sé si esto es un sueño o es la vida real.

Segismundo se quedó mirándome, intrigado, pero vi en sus ojos que lo que intentaba era ayudarme. Después de unos instantes de silencio empezó a hablar:

-Me has dicho que no sabes qué es un sueño y que es la vida. Ahora te pregunto yo, ¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

La última frase que pronunció Segismundo se quedó sonando en mi cabeza como si de un eco se tratara. Me quede pensando en sus palabras, absorta en mis pensamientos. Me olvidé de todo lo que estaba a mi alrededor. En mi cabeza solo había una frase: toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son…

Cuando abrí los ojos noté que estaba sentada encima de algo blando. Miré hacia abajo y vi que era algo rojo. Se trataba del sofá de mi abuelo. Volvía a estar en la vieja fábrica de sueños. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni si mis abuelos sabían que yo me había ido de allí.

-¡Dana! Llevas toda la tarde leyendo, seguro que has vuelto a quedarte dormida mientras leías –Dijo mi abuela que entró en la habitación sin yo darme cuenta.

Solamente habían pasado unas horas y nadie se había enterado que yo había estado en otro lugar. Para mí había sido toda una aventura, había estado viajando con caballeros, encerrada en un palacio… Pensé en contárselo todo a mi abuela, quería compartir con ella la aventura que había vivido. Pero sería mejor no contar nada. Esta aventura sería mi pequeño secreto que sólo mis queridos amigos de la biblioteca y yo sabríamos.

A día de hoy, todavía no sé si aquello que viví cuando era pequeña fue real o solo un sueño. Pero ya no me importa. Para mí, si fue un sueño o no es algo que ya no quiero saber. Sólo me importa todo lo que llegue a comprender aquel día. Desde entonces veo los libros de otra manera. Son pequeños seres que se alimentan de la imaginación de las personas que los leen. Por eso creo que las historias que se cuenta en ellos están vivas, viven en los sueños y la imaginación de las personas. Nos necesitamos los unos a los otros. Los libros necesitan ser leídos por las personas para no morir y las personas necesitan los libros en sus vidas.

Vuelvo a despertar de mis pensamientos. La tienda está llena y mi abuela necesita ayuda. Mientras las dos nos encargamos de repartir historias entre la gente que viene a comprarlas, mi hija está leyendo en su sofá rojo, como hacía yo de pequeña. Hace un rato que no la oigo, estoy segura que estará soñando.






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