1er Premio Categoría B
Vuelvo
a despertar de mis pensamientos. La tienda está llena y mi abuela
necesita ayuda. Desde que murió mi abuelo ha tenido que encargarse
ella sola de la librería. Por esa razón, decidí ayudarla y
encargarme yo con ella de lo que mi abuelo llamaba la vieja fábrica
de sueños.
Cuando
era pequeña, no entendía por qué mi abuelo la llamaba así. Pero
algo ocurrió para empezar a entenderlo…
Nunca
me ha gustado escribir aunque adoro leer, pero esta vez seré yo la
que cree una historia. Necesito que aquello que me ocurrió quede
plasmado en tinta en un papel. Posiblemente ahora no comprendáis la
importancia de esta historia, pero concededme unas páginas y sabréis
por qué llegué hasta donde llegué.
Deseaba
volver cada tarde a aquella maravillosa tienda de libros. Salía del
colegio corriendo ansiosa por empezar una nueva historia. En aquel
entonces yo tenía doce años y no tenía muchos amigos. En el
colegio, desde que aprendí a leer encontré más amigos escondidos
en las historias de los libros que en mi propia clase. Es por eso que
cada tarde salía disparada hacía la librería de mis abuelos, para
embarcarme en nuevas aventuras.
La
librería era antigua, mi abuelo la heredó de su padre igual que la
pasión por los libros. Tengo que decir que eso se ha transmitido
generación tras generación. Nada más entrar en la tienda mi abuela
me saludaba desde el mostrador. Me rodeaban miles de libros,
ordenados en enormes estanterías. En cada una de ellas había una
escalera, y cada vez que entraba estaba subido mi abuelo en una de
ellas ordenando los libros. Más al fondo se encontraban dos grandes
cortinas donde detrás había un sillón rojo de terciopelo. Me lo
regalaron para poder leer cada tarde.
Escogía
un libro diferente cada semana, y lo leía sin parar hasta que
llegaba mi madre a la tienda. A veces me quedaba dormida leyendo y
soñaba que era la hija de una noble familia y estaba enamorada de un
chico de la familia rival. O que me transformaba en un bicho gigante
y que mi familia me tenía miedo. Incluso que era un marinero a bordo
de un ballenero que salía a la caza de la ballena más grande jamás
vista.
Algunas
veces cuando me quedaba dormida no distinguía la realidad de los
sueños. Especialmente recuerdo una vez cuando leyendo un libro de un
caballero un tanto loco, con su escudero que parecía no estar de
acuerdo con las acciones de su caballero este último se dio cuenta
que yo estaba en medio de su camino. El señor del bigote armado de
pies a cabeza y su lanza bajo el brazo, iba directo a unos grandes
molinos gritando que iba a vencer a esos gigantes. Su compañero se
paró a medio camino y me pidió ayuda.
-¡Eh
tú, quienquiera que seas, ayudadme a calmar a mi amigo!
-¿Me
dices a mí? –le contesté. Sorprendida porque normalmente en mis
sueños siempre solía ser una mera espectadora y no tenía control
de las acciones que sucedían. Pero esta vez era diferente. Sentía
que yo era parte de la historia.
-¿A
quién si no? Estamos solos en medio del campo, y mi compañero se va
directo contra esos molinos que cree que son gigantes. –Me gritaba
mientras corría detrás del caballero- ¡Ayúdame, no te quede ahí
parada!
-¡No
huyáis, cobardes y viles criaturas; que solo un caballero es el que
os acomete!
Sin
darme tiempo a reaccionar y a pensar en todo lo que estaba
sucediendo, vi como el caballero se estrellaba contra las aspas del
molino y caían él y su caballo al suelo. Fuimos aquel regordete y
yo corriendo hacia los molinos. Allí se encontraba el caballero
maldiciendo a los gigantes y su caballo dando coces descontroladas.
Le ayudamos a levantarse y él calmó a su caballo. Su escudero me
miró y me dijo:
-Perdona
por esta escena, a veces no sabe diferenciar la realidad de lo
imaginario. Yo me llamo Sancho y mi compañero se llama Don Quijote.
¿Qué os trae por aquí joven dama?
¿Yo
estaba allí de verdad? Si era un sueño me parecía demasiado real y
si era realidad no tenía ninguna explicación de cómo había
llegado hasta allí.
-¡Te
digo que lo que yo había visto eran gigantes y no molinos! ¿Por qué
no me crees Sancho?
-¡Yo
ya no sé qué creer! –Exclamó Sancho desesperado- Me paso el día
discutiendo con vos sobre qué es lo que veis y lo que no veis. Estoy
harto de vuestras locuras. Bella dama vos que parecéis una persona
cuerda, ¿podrías ayudar a este caballero a recuperar la cordura que
tanto le hace falta?
-No
soy la más indicada para decir qué es real y qué no. No sé si lo
que estoy viviendo es soñado o es real. Vivo en un mundo muy
diferente a este, estaba leyendo en la librería de mi abuelo y de
repente me he encontrado aquí en medio del campo.
-Si
lo que decís es verdad entonces debéis trataros de una bruja. De
esas que a las que se enfrentó el gran rey Arturo.
-Soy
una persona normal, solo que no sé dónde estoy.
-¿Qué
caballero sería yo si no ayudara a una dama en apuros? No sé de
donde venís o a dónde vais pero tened por seguro que encontraré
para vos una solución a vuestro problema.
No
tenía a nadie más en este mundo y aunque me pareció que Don
Quijote no estaba muy en sus cabales decidí seguirlo porque no tenía
otra opción. Al cabo de media hora cabalgando, tuve curiosidad por
saber a dónde nos dirigíamos.
-Señor,
¿dónde vamos exactamente? –le pregunté.
-Nos
dirigimos a la Venta bella dama, pronto habremos llegado. Hoy en la
Venta se encuentra el maese Pedro, un famoso titiritero, que anda
representando con sus títeres una de las mejores historias que se
han visto en este reino. Esta noche la Venta estará llena de gente,
será el mejor sitio donde podamos sacar información sobre tu mundo.
No
estaba segura de a dónde nos dirigíamos, tal vez allí se
encontrara la solución a mi problema, o tal vez era una locura más
de este caballero. Pero no se me ocurría otra solución mejor. Así
que sin decir nada, seguí a don Quijote y Sancho. Avanzamos hasta la
Venta y entramos en ella.
Una
vez dentro, había gente riendo, gritando y entonces se oyó la voz
de un hombre:
-¡Señoras
y Señores! Hoy les traigo aquí, la historia de don Gaiferos, que
quería liberar a su mujer de las manos de los moros españoles. Lo
haré representar con mis títeres y espero que esté a vuestro
gusto.
El
maese Pedro empezó su obra con sus muñecos y relató la primera
escena. En la primera escena se veía a don Gaiferos como se llevaba
a su mujer de las tierras de los moros, seguido por estos para darle
caza. Don Quijote al ver esa escena se imaginó como un héroe que
debía rescatar a don Gaiferos de los moros. Por eso sacó su espada
y despedazo a los muñecos con ella. Destrozó sus títeres y su
escenario, y la gente empezó a llamarle loco. El maese Pedro se puso
a llorar y a maldecir a don Quijote.
-¿Qué
haré yo sin mis títeres? ¿Cómo ganaré dinero para comer? ¿Por
qué has destrozado mis muñecos? Son solo un trozo de tela colgado a
un trozo de madera con hilos. ¿Qué clase de caballero eres tú?
Don
Quijote se dio cuenta que lo había hecho mal, pero ya era demasiado
tarde:
-Pensaba
que lo que estaba viendo era real y que tenía que acudir a la ayuda
de los que huían. Pero ahora me doy cuenta que lo que yo veía no
era real. Y vosotros me decís loco, pero ahora yo os pregunto a
vosotros. ¿Quién está más loco, el que dentro de su locura sabe
con certeza de sus locuras o quién dice estar cuerdo pero desconoce
el motivo por el que lo está? No sufráis mi amigo títere que yo
pagaré todos los destrozos que he causado.
Las
palabras de don Quijote me hicieron reflexionar, no eran
imaginaciones mías, no era un sueño, yo estaba segura de que estaba
allí por algún motivo. Gracias a este loco pude conservar mi
cordura dentro de esta aventura. Cerré los ojos pensando en cómo
saldría de allí y cuando los abrí estaba dentro de una habitación
de piedra y no había nadie conmigo. Ya no estaban ni don Quijote ni
Sancho ni toda la gente que me rodeaba. En su lugar al lado de mi
habitación había un hombre arrodillado y es cuando me di cuenta que
había vuelto a viajar a otro mundo. Me acerqué hasta la reja que
separaba mi habitación de la suya. Parecía triste, como no se
hubiera dado cuenta de que yo estaba allí.
-¡Perdone,
señor! –Le dije. El hombre se giró para ver quién estaba
hablando.
-¡Oh!
Hace un momento hubiera jurado que estaba solo, aquí encerrado. ¿Qué
haces en este sitio niñita?
-Acabo
de aparecer aquí mismo, sin saber cómo. ¿Qué hacemos aquí
encerrados? –Le dije yo después de darme cuenta que me encontraba
en una celda.
-No
sé qué actos habrás cometido tú para estar encerrada aquí, pero
yo era un monarca o eso pensaba yo y me comporté como un tirano. Me
llamo Segismundo, toda mi vida he estado aquí encerrado. Fue tal mi
soledad que llegué a soñar que me convertía en el rey de este
palacio. Pero fue tan real lo que viví que ahora no consigo
distinguir entre lo que es real y es un sueño.
No
sé por qué razón, pero me sentía identificada con aquel hombre.
Yo tampoco podía distinguir si todo lo que estaba viviendo era real
o un sueño. Por esa razón intenté ayudarle.
-Sé
muy bien a lo que te refieres. Yo vengo de otro mundo, pensaba que
estaba leyendo un libro en la biblioteca de mi abuelo y de repente
aparecí en otro mundo. He viajado a otra época y he ayudado a un
caballero y a su escudero. Gracias a ellos, me di cuenta que no
estaba volviéndome loca. Pero ahora tú me has abierto una nueva
duda. Ya no sé si esto es un sueño o es la vida real.
Segismundo
se quedó mirándome, intrigado, pero vi en sus ojos que lo que
intentaba era ayudarme. Después de unos instantes de silencio empezó
a hablar:
-Me
has dicho que no sabes qué es un sueño y que es la vida. Ahora te
pregunto yo, ¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una
ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que
toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
La
última frase que pronunció Segismundo se quedó sonando en mi
cabeza como si de un eco se tratara. Me quede pensando en sus
palabras, absorta en mis pensamientos. Me olvidé de todo lo que
estaba a mi alrededor. En mi cabeza solo había una frase: toda la
vida es sueño, y los sueños, sueños son…
Cuando
abrí los ojos noté que estaba sentada encima de algo blando. Miré
hacia abajo y vi que era algo rojo. Se trataba del sofá de mi
abuelo. Volvía a estar en la vieja fábrica de sueños. No sabía
cuánto tiempo había pasado, ni si mis abuelos sabían que yo me
había ido de allí.
-¡Dana!
Llevas toda la tarde leyendo, seguro que has vuelto a quedarte
dormida mientras leías –Dijo mi abuela que entró en la habitación
sin yo darme cuenta.
Solamente
habían pasado unas horas y nadie se había enterado que yo había
estado en otro lugar. Para mí había sido toda una aventura, había
estado viajando con caballeros, encerrada en un palacio… Pensé en
contárselo todo a mi abuela, quería compartir con ella la aventura
que había vivido. Pero sería mejor no contar nada. Esta aventura
sería mi pequeño secreto que sólo mis queridos amigos de la
biblioteca y yo sabríamos.
A
día de hoy, todavía no sé si aquello que viví cuando era pequeña
fue real o solo un sueño. Pero ya no me importa. Para mí, si fue un
sueño o no es algo que ya no quiero saber. Sólo me importa todo lo
que llegue a comprender aquel día. Desde entonces veo los libros de
otra manera. Son pequeños seres que se alimentan de la imaginación
de las personas que los leen. Por eso creo que las historias que se
cuenta en ellos están vivas, viven en los sueños y la imaginación
de las personas. Nos necesitamos los unos a los otros. Los libros
necesitan ser leídos por las personas para no morir y las personas
necesitan los libros en sus vidas.
Vuelvo
a despertar de mis pensamientos. La tienda está llena y mi abuela
necesita ayuda. Mientras las dos nos encargamos de repartir historias
entre la gente que viene a comprarlas, mi hija está leyendo en su
sofá rojo, como hacía yo de pequeña. Hace un rato que no la oigo,
estoy segura que estará soñando.
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